domingo, 7 de agosto de 2016

Le Chat Noir

Lluvia.

Sentada en su silla, frente a la mesita del pequeño café "Le Chat Noir", sosteniendo entre sus manos la taza de café humeante, cuyo dulce aroma a vainilla y canela se eleva hasta su nariz. Aspira y cierra los ojos, imaginando un aroma suave y dulce que llega desde su memoria y la sobresalta.

Abre los ojos súbitamente, tomando un poco de aire. " Tranquila" dice para sí misma, colocando la taza sobre el plato, haciendo sonar la pequeña cuchara de metal contra la blanca cerámica.

Gotas de agua escurren por la sombrilla que resguarda su mesa, derramándose sobre el piso, al mismo tiempo que caen un par de lágrimas por sus mejillas.

Es una noche de verano, a excepción de la lluvia, el clima es cálido, pero ella cruza los brazos y agarra con fuerza sus antebrazos, como si quisiera mantenerse en una sola pieza, para contrarrestar la terrible sensación que tiene de estar desmoronándose. Su cuerpo tiembla al igual que su intermitente respiración.

"Contrólate!" se repite mentalmente mientras ahoga sollozos. Mira a su alrededor, nerviosa, mientras seca sus lágrimas con sus manos en un intento veloz y desesperado de aparentar normalidad y autocontrol.

Hacia tanto tiempo que no estaba tan sola. No desde que su familia perdiera el viñedo y tuvieran que separarse.

Había aprendido tantas cosas en los años que siguieron. Se había enfrentado a tantos retos, tantas situaciones nuevas y desconcertantes... Y había logrado muchas cosas. Cosas pequeñas, la mayoría, pero seguían siendo logros.

Había seguido a su corazón y a su instinto, a su propia brújula moral, sus propias convicciones.

Tomó un sorbo de su café, cuidando que su pulso fuera mas estable. Colocó de nuevo la taza sobre el plato y reposó su espalda sobre el respaldo de la silla. Tomó aire.

Cerró de nuevo loa ojos. Recordó el valor y la determinación con los que se enfrentó a cada reto, a cada obstáculo. La ira y la frustración con cada fallo, la promesa auto impuesta de triunfar y de tener éxito. El orgullo que la llevaba a probarse a sí misma y a los demás que era capaz, que tenía lo necesario para lograr lo que quisiera, lo que fuera.

Exhaló. Abrió los ojos y la calidez de su recuerdo le abandonó. Ni siquiera su último gran enojo, su indignación o su orgullo estaban presentes. La habían abandonado.

¿Se había ablandado demasiado acaso?

La pregunta llenó su mente. Ya no era la misma, pero no era alguien diferente.

En la duración de un largo suspiro se reconoció perdida. Sí, eso era lo que la definía ahora, no tenía rumbo fijo, sólo adelante. Había estado caminando durante días, lejos del Instituto, muy lejos, cuan lejos pudiera...

Cada paso parecía más bien una desviación, cual si saliera del camino, cual si errara el rumbo. Cada día y cada actividad se sentían vacíos. Ni siquiera el dibujo o la escritura la entusiasmaban como antes.

"Fué hasta ese día..." susurró para si.

Aquel fatídico día que en el fondo sabía llegaría, pero que se había convencido de poder evitar.

En su recuerdo, una joven de ojos brillantes y hermosa sonrisa, vestida cual princesa  se detuvo frente a ella. Mientras levantaba la vista para saludarla, notó que entre sus manos la joven sostenía un sobre, sencillo y blanco.

"Toma, es para ti. La familia Lanuit ya no requiere de tus servicios"

En su desconcierto, fijó la vista en el sobre mientras lo tomaba. En la mano de la joven notó un costoso anillo, seguramente de compromiso.

Haciendo acopio de toda su cordura, hizo una pequeña reverencia. "Gracias. Les deseo sean muy felices" su tono y su voz parecían agradecidos y felices. Dio media vuelta y con paso firme y decidido se volvió hacia la pequeña habitación que ocupaba, contigua a la de su hasta entonces amo y accesible solo desde allí.

En su camino, recargado de pié contra un árbol estaba Pioter. Sus ojos carmesí fijos en ella con una sonrisa de triunfo escalándole la comisura de los labios. Su expresión cruel y la intensidad de su mirada predadora la hicieron sentir cual si la desnudaran.

Lo miró a los ojos con enojo y reto. Una mirada acusadora. Él simplemente se cruzó de brazos y rió. Movió una mano, en un gesto como si halase de ella con fuerza con una cadena imaginaria. El gesto burlón la indignó aún más. Ella decidió dar vuelta y seguir su camino.

Cerró tras de sí la sencilla puerta de madera que separaba su pequeño cuarto del contiguo. Las manos ágiles abrieron el sobre sin nombre que le entregara la chica. Dentro sólo había un documento escrito en papel membretado.

*Con fecha del presente día, se da por terminada la prestación de sus servicios a la familia Lanuit. El finiquito será entregado al Instituto y serán sus autoridades quienes se encarguen de su próxima asignación.*

Sostuvo el documento con fuerza. Lo releyó un par de veces más. Caminaba de un lado a otro con paso firme, cual león enjaulado. Presa de la desesperación, la sorpresa y el desconcierto... Pronto llegó la angustia, acompañada de la ansiedad, y ambas la asediaron.

Luchó con decisión para mantener el control de sí misma. Su mente aceleraba el paso buscando soluciones, planeando estrategias... y mientras sus pensamientos acelerados daban vueltas caóticas en su cabeza, anocheció.

Escuchó abrirse la puerta de la habitación contigua. Por inercia y costumbre se apresuró a entrar en ella. Tomó en silencio el saco de quien hasta entonces había sido su amado amo, luego lo colgó con experto cuidado en el perchero, acto seguido buscó la bata y las pantuflas y le ayudó a ponérselos. Todo el tiempo evitando mirarle a los ojos, en silencio.

Sin mirarla, oculto tras un libro y fingiendo un tono casual, dijo: "Saldré de la ciudad un tiempo por negocios, prepara mi equipaje."

Ella le preguntó los detalles necesarios para su tarea. Él respondió con brevedad y hasta evadiendo claridad en algunos detalles.

Dejó la bandeja de plata con la cena y se retiró con una pequeña reverencia. "Que su viaje sea placentero y su regreso pronto" sonrió, practicando su actuación al poner en su rostro la expresión alegre y entusiasta de siempre. "Buenas Noches, Sr Lanuit."

Cerró la puerta tras de sí y se echó a la cama. Hundió su rostro en la almohada y en silencio dejó que su tristeza la inundara.

Luego de ello pasaron tantas cosas... El mundo se desmoronó a pedazos. Su mundo.

Su conflicto con Pioter fué la tormenta que causara su caída. La había estado cazando, aprovechando las actividades que tenían en común para acorralarla. Incluso ganó poder e influencia en el Instituto, sin dejar pasar la oportunidad de asignarla bajo su mando y supervisión, acosándola, presionando.

Hasta que ella ya no pudo más. Estaba entre la espada y la pared. O dejaba que Pioter se saliera con la suya, como seguramente hacían las otras chicas... O lo enfrentaba.

No podía hacerlo abiertamente, dadas su posición e influencia, pero dos podían jugar el mismo juego... Y si tan sólo ella lograba ganarle... Podría ganarse su libertad de aquel molesto yugo que ella nunca pidió.

Salió mejor de lo que esperaba. Negarle algo a Pioter era como una droga que le mantenía fascinado con el espíritu fuerte y desafiante de ella. Cuando parecía darse por vencido ella retrocedía un poco y el acecho continuaba. Él le daba un poco más de espacio cada día... Hasta que se hartó del juego sin fin y sin premio... E intentó arrebatarlo por la fuerza.

La subsecuente exposición pública de los hechos por parte de ella lo enfurecieron, no solo a el, sino a las autoridades del Instituto, así como a loa demás mayordomos y mucamas.

Nadie salió en defensa de ella.

A la par del escándalo el mismo día Alexander saldría en su viaje "me voy" le dijo "son negocios importantes para mí. Volveré".

Ella adivinó que era más que una despedida casual. Lo despidió con aquella ensayada sonrisa y expresión alegre.

Ese mismo día tomaba sus maletas en donde le cabía su vida entera y abandonaba el Instituto. Sin prestigio, sin prospectos y sin futuro.

El vacío gélido y doloroso que la invadía le hacía temblar cual si fuera una noche de invierno.

Recordaba la figurita de papel sobre su almohada, la que dejara antes de irse, mientras hacía en el presente, una idéntica con su servilleta.

Unas manos cálidas colocaron sobre sus hombros un saco. Se paralizó.

Una voz familiar le habló: Leí su carta, señorita Lune. Usted me llamó, y aquí estoy.

Ella cerró sus ojos. ¿Sería posible? O quizás estaba ya alucinando, imaginando cosas que realmente no estaban allí.

"Oh" fue lo único que se atrevió a dar por respuesta.

"Creí le alegraría verme." su tono era tierno y cálido, aún bajo la expresión de sorpresa y ligero reproche entremezclados en su voz.

"La carta no era un llamado. Era mas bien una confesión, una ofrenda de paz." le respondió, abriendo los ojos y mirando al paisaje parisino que tenía enfrente.

"Me llamaste. Sé que me extrañas... Yo te he extrañado" Se podían escuchar la ternura y sinceridad en aquella voz profunda y suave. Er como si ella pudiese cerrar de nuevo sus ojos y recordarle.

Los paseos, las conversaciones, los bailes bajo la lluvia, las sonrisas, la risa, los besos... Aquella frase apresurada, confesión en dos breves palabras en tono cándido, pronunciadas en un susurro convertido en pequeño y casi inaudible suspiro.

Casi podía imaginarle allí. Por supuesto que no podía ser cierto. Sólo tenía que volverse y mirar, para comprobarse que no había nadie allí. Que él no estaba allí.

Se paralizó. Le aterraba cualquiera de las dos posibilidades, tanto si él estaba allí como si no.

"Di mi nombre, Dinah. Aquel por el que solo tu me llamas" ella se quedó en silencio, con el corazón inquieto. "Necesito que lo digas, que me llames, que me nombres... Te necesito"

"Asriel...?" Su corazón dio un vuelco y se detuvo por un momento.

"Gracias. No sabes no feliz que me haces. Ha llegado el día. Ya no más maldiciones, ya no más esperas. He venido a por ti. Me llamaste y aquí estoy."

Su corazón se aceleró. El pánico la aprisionó entre sus garras.

"Te amo. Y soy tuyo, siempre lo he sido." la voz se apagaba. Ella aún temía voltear a verle.

"Puedo abrazarte? Se siente bien" ella cerró los ojos y asintió. Nada, sólo la calidez de esa voz tan conocida, tan cercana.

"Necesito saber... ¿Aún me amas?"

"Siempre" Ella le respondió, la voz casi quebrándosele"

"Te veré pronto"

La voz se fue extinguiendo. Por fin se armó ella de valor para intentar tocar el saco sobre sus hombros. Sólo estaba su propia chalina. Se volvió a mirar tras de sí. No había nadie.

Y tampoco había ya nadie en las mesas de la calle del café. La lluvia había cesado ya. Su café se había enfriado.

Terminó su café, desconcertada. ¿Había sido todo solo un delirio, un producto de su imaginación?

Ahora temía estar loca, y no sólo enloqueciendo.

"Contrólate" susurró para sí misma. "Recuerda, tienes que seguir adelante"

Terminó su café y pagó la cuenta antes de marcharse.

Mientras caminaba por la calle, decidida a buscar una habitación, no podía evitar sonreír. Al menos, por vaga que fuera, una chispa de calidez contrarrestaba el oscuro y gélido vacío que casi la mata.

Podía no ser real, no ser más que una idea... Pero al menos era algo, y algo es mucho más que nada.