viernes, 8 de julio de 2016

A mi Abuelo, mi eterno y amoroso protector.

Hola.

Hoy quiero contarte que te sueño. No siempre, no con frecuencia (espero que eso te tranquilice).

Y lo curioso es que en mis sueños, siempre soy consciente de no deberías estar aquí, de que pronto te irás, o de que ya te habías ido (o de todas las anteriores).

Y más curioso me es aún darme cuenta de que a pesar de ser consciente de ello, en esos mismos sueños siempre estoy feliz de verte, encantada del tiempo que puedo pasar contigo por breve que éste sea...

Hasta que despierto.

Tu partida ha sido una de las experiencias más aterradoras y dolorosas de mi vida.

No pude llorar tu ausencia en mucho tiempo.

Fue tan larga y aterradora tu enfermedad, y luego tu agonía... Ser testigo de cómo lentamente te consumías y del miedo que te poseía, sin poder hacer nada, sufriendo con impotencia los cuidados que te prodigamos.

No pude llorar tu partida. Llorar tu ausencia me tomó mucho más tiempo, aunque siempre me ha dolido.

Con tu partida, quedó un hueco enorme en mi vida y en mi interior.

Me quedé sola con mi perra (mascota) mi madre y mi abuela. Tres seres tristes y abandonados, con el corazón destrozado.

Y yo, pues asumí que tenía que ser valiente y continuar.

Me ha tomado años darme cuenta de cuánto te he necesitado y callado esa necesidad.

Me es casi indescriptible el expresar cuánta falta me ha hecho el poder ir corriendo a tu lado, cuando las cosas no me van bien, y llorar desconsoladamente entre tus brazos, para sentir tu inagotable calidez y escuchar tus sabias y amorosas palabras de aliento.

Aún cuando te enojabas y te ponías fiero, a pesar de tu avanzada edad, eras capaz de encarar incluso a tu hijo con tal de defenderme, aun cuando yo no tuviera absoluta razón, a pesar de la fragilidad de tu cuerpo, tu espíritu era indomable.

Siempre iba a ti. No a Dios, no a mi madre, no a mi padre. Siempre iba a ti.

Siempre fuiste mi refugio, la roca que se alzaba desafiante ante el mar y que rompía las olas con sólo su voluntad, para que no me arrastrará la marea ni me hiciera daño.

Siempre me escuchabas, me ponías atención y hacías lo imposible por verme feliz.

Me amaste como nunca más me he sentido amada en la vida (aunque en defensa de mi familia y de una persona más que ahora está contigo, reconocerse que he tenido la fortuna de ser muy amada por unas cuantas personas)

Sin realmente notarlo, luego de que comenzara tu ausencia, salí a buscarte.

Siempre pensé que la persona con la que decidiera compartir mi vida debería tomar los roles que dejaste vacantes y llenar -además- otros.

Fue así, que me he ido enamorando una y otra vez de la calidez humana que me recuerda a la tuya (que siempre fue inmensa), de la alegría, de la capacidad de recrear al mundo, de bailar y disfrutar la música, la fantasía...

Pero ninguno fue mi protector. Ni siquiera de ellos mismos. Para todos fui descartable y pidieron vivir sin mí. La prueba a está en que me abandonaron.

Nunca pude realmente ir a los brazos de ninguno y llorar desconsoladamente. Más bien me escuchaban mientras yo trataba desesperadamente de contener mi llanto y mi dolor y no parecer tan patética y tan digna de lástima.

Ninguno me defendió realmente a mí... No como tu lo hubieras hecho.

Intentaron alentarme.expresau manera

Solo en los brazos de uno sentí calidez...

Les di todo lo que tenía en su momento. Al más cálido incluso le di lo que no tenía (lo futuro).

Pero para mi suerte de perro, nada fue suficiente. Aunque a mi no me importaba que no fueran perfectos, aunque les aceptaba con todas sus manías... Ninguno iba a ser mi roca contra el mar.

Uno siempre ha sido y será mi amigo, por su eterna sinceridad y casi cínica honestidad. Siempre me dejó muy claro, no sólo de palabra, sino también en hechos, que jamás quiere perder mi amistad.

Otro ha sido mi azote, mi tormenta y tempestad. Donde he podido expresar lo peor de mi egoísmo, narcisismo, vanidad, orgullo... Y la lista es amaba. Aunque en su defensa diré que también ha inspirado de mi cuidado, cariño y nobleza incondicionales.

Y el último... Creo al último es a quien más me hubiera gustado que conocieras (y quizá el único que realmente hubiera querido presentarte).

Te caería bien lo soñador que es, su inocencia al creer en los demás, su bondad y su ternura, su lealtad para con sus amigos y familia, su alma de niño. Creo habrías visto en él el mismo corazón de oro que yo vi. Habrías entendido al instante porqué lo amaba... Y tanto.

Sé que habrías sonreído al verme tan enamorada, al saberme radiante de alegría, llena de entusiasmo y valiente enfrentándome a todo lo que compartí a su lado.

Pero también creo que te habría herido de mortalmente y de modo fulminante cada vez que me ha roto el corazón.

Aunque creo estarías orgulloso de mi capacidad de amarle infinitamente, por completo, con todos sus defectos y con cada herida mortal que me ha hecho. Te dolería igual que a mí mi decisión de alejarme.

Pero más que nada, me entenderías por completo como nadie puede hacerlo y podría correr a refugiarme en tu abrazo y llorar desconsoladamente hasta que se me acabaran las lágrimas, segura de no tener que contenerme siempre un que me oculte en lo más recóndito de mi habitación y ahogue mis gritos dolientes contra la almohada.

Me tomó años darme cuenta de cuánto te extraño y de la enorme y terrible falta que me haces.

En mi defensa y en la de mi padre (tu hijo), diré que casi no me tomó tiempo darme cuenta de que el nunca tomaría su lugar. El lugar que con tanto amor siempre ocupaste sin quejarte, sin que te pesara, sin que nadie te lo pidiera y porque siempre me quisiste como nadie.

Bastó un solo y desgarrador, incontenible llanto, para que él me mostrara lástima en lugar de apoyo. Nunca más te busqué en él. Entendí que nunca supo cómo ser lo que tu fuiste, para mí. Y lo acepté.

Lo que no sé es que hacer con tu ausencia, con el sitio que tu partida me dejó vacío y que tanta falta me hace llenar.

Me sospecho que buscarías acercarme a Dios, la única garantía infalible de consuelo. Si tan sólo me bastara con lo intangible, créeme que estaría más cerca de Él de lo que estoy ahora.

Pero no me hace tanta falta Dios como me faltas tú. Siempre fuiste lo mejor de mi familia y lo mejor que tenía en la vida. Mi fuerza, mi valentía, mi osadía, mi tenacidad y lo mejor de mí siempre vinieron de ti, de tu apoyo y tu cuidado. A tu lado mis miedos no existían, mi sentimiento de ser inadecuada o insuficiente se desvanecía y podía enfrentarme al mundo entero, no sin dudas, sino a pesar de ellas.

Sabes? Realmente te habría gustado conocerlo. Te habría encantado ver cómo tenía ese efecto en mí, de hacerme valiente contra todo y contra todos, sobre todo por cuidarle, ayudarle y apoyarle.

Supongo, al final, que por una vez en la vida aprendí a amar como tú me amaste... Y por eso, en un mundo donde el amor ya no existe, me aterra amar, como al último unicornio... Porque siempre recordará su amor, en una sociedad y en una eternidad en la que el amor no existe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario