jueves, 7 de julio de 2016

Carta a Terra Prime

Una bella noche de luna creciente, en la quietud de la oscuridad de su pequeña habitación, una pelirroja de ojos esmeralda se sentaba ante su pequeñp escritorio, donde redactara la correspondencia de su otrora amo.

Fué su quedo suspiro, cansado y triste, el que diera inicio a su escritura. Tomó la pluma fuente y el papel, e iluminada por la tenue luz proveniente de la tímida llama de una pequeña vela, escribió:



Para el Sr. LaNuit:

A veces... Le extraño.

En ocasiones viene a mi mente la idea de Usted, invocada por algún suceso, alguna cosa que encuentro y de la cual querría hablarle, dialogar con usted sobre ello, como antaño, como siempre, con nuestras necias inteligencias ansiosas de tener la razón...

A veces le anhelo...
 
Con su fantástica espontaneidad, capaz de leer mis deseos antes de que me atreva a reconocerlos o los pronuncie... Con esa habilidad insensata de regalarme lo que quiero, lo intangible, aún cuando no sea de Usted de quien lo quiera recibir...

Y a veces me dan ganas de llamarle, de buscarle si fuera preciso, de reencontrarle en nuestra magia sin sentido, sin rumbo y sin futuro.

Y entonces me contengo. Entonces recuerdo que es Usted mi Griffith, imposible caballero de cabellera fantástica y negra armadura, que dentro de Usted reside aquel Femto que me caza como bestia hambrienta y que al final sólo va a destrozarme. Y yo... yo ya no quiero recibir mas daño.
Y si bien lo mas noble de mi le ama como antaño... Mi orgullo de fiera leona busca ponerles en su lugar.

Y como sé que jamás aceptarán mis términos, ni reconocerán ni respetarán mi libertad... Es así, que lejos, lejos estamos mejor, aunque quisiéramos acercarnos...

Porque la maldición de nuestra quimera no sólo nos lleva a herirnos, sino que también nos orilla a dañar a los que nos aman... Y a quienes amamos.

Dinah.
Dobló al final el papel en forma de una linda figura de Origami.

Y como detalle de despedida, le roció suavemente en su perfume, aquel que antaño lo intoxicara y le hiciera feliz.

Colocó la carta pues, en su almohada. Sabiendo que algún día, en su inevitable curiosidad él entraría a aquella pequeña habitación, quizá por nostalgia -aquella que tanto le caracterizaba- y encontraría aquella ofrenda de paz y honestidad que ella dejara para él.

Tomó ella entonces sus cosas y se marchó, buscando nuevos horizontes

 

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